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Curadorìa Francis Naranjo

Tramas de la memoria
Del tejido a la interferencia: la pintura como glitch de la memoria
Carlo Galli en Monumental Callao, Perú

Esta obra reciente de Carlo Galli, producida en una residencia por tres meses en el propio Monumental Callao, emerge de un desplazamiento fundamental: del recuerdo íntimo del tejido familiar hacia la exploración de su fractura, su inestabilidad y su borramiento. Si en etapas iniciales la alusión al encaje y al bordado evocaba un archivo afectivo transmitido por las manos de su abuela y su tía, las pinturas actuales ya no buscan preservar ese recuerdo, sino lidiar con su disolución.
El proyecto pictórico que Carlo Galli se plantea presentar en Monumental Callao nace de un recuerdo íntimo y entrañable: los días compartidos con su abuela paterna y su tía, quienes hacían del tejido un gesto cotidiano de amor y cuidado. La elección de los hilos, la consulta sobre colores y formas, la lenta construcción de una bufanda o un suéter, se convertían en una manera silenciosa de transmitir afecto y pertenencia. Esa experiencia temprana no solo marcó un vínculo familiar, sino que se transformó en un archivo sensorial y emocional que hoy encuentra su cauce en la pintura.
Ahora la imagen no se presenta como rememoración, sino como una memoria que falla.
Este tránsito se materializa en el despliegue del glitch como principio estructural. No un glitch digital, sino un glitch pictórico, analógico, resultado de la insistencia manual: capas sucesivas pintadas y sobrepintadas, correcciones, borraduras, diluciones que dejan su huella sobre el lienzo. La pintura ya no es representación del tejido, sino su negativo, su residuo, la marca de un gesto repetido hasta deformarse.
En las obras, los patrones de encaje aparecen como fantasmas de algo que alguna vez existió. O, más aún, como aquello que la memoria intenta reconstruir sin éxito del todo.
Su blancura —siempre rodeada por un fondo de negro aguado y variable— actúa como inversión: la luz no ilumina, sino que revela lo que ha sido borrado. Lo blanco ya no es figura, sino huella.
La imagen no afirma; aparece.
En algunas piezas, esta aparición es más estable, aunque rodeada por un halo oscuro que avanza desde los bordes: una erosión atmosférica que amenaza con devorar la trama. En otras, el patrón se desploma verticalmente en una catarata de líneas deformadas, como si el tejido estuviera derritiéndose ante nuestros ojos.
Cada obra encarna un modo distinto de pérdida.
Esta dinámica convierte al cuadro en un organismo en estado de modificación perpetua.

La figura nunca es definitiva; es el resultado de un desgaste.
El glitch aparece aquí como síntoma de una memoria que insiste, pero no logra recuperar su estabilidad original.
Del tejido como gesto amoroso al tejido como interferencia, la pintura transita de la reconstrucción al colapso, del recuerdo al ruido.
La reflexión de Walter Benjamin sobre la memoria como aparición fragmentaria —más que como línea histórica— se vuelve central para entender estas pinturas.
Las obras de Galli no presentan un recuerdo concluido, sino un instante en que el pasado estalla en el presente: múltiples capas que emergen simultáneamente, sin jerarquía, en tensión.
Por otro lado, la noción de tejido como pensamiento de Silvia Rivera Cusicanqui resuena poderosamente.
El encaje en estas pinturas ya no es un objeto funcional ni un ornamento: es un modo de organizar la memoria, un plano donde conviven tiempos heterogéneos.
Pero aquí esa convivencia es conflictiva: las capas no se fusionan, se fracturan.
Podríamos decir que Galli trabaja en una zona ch’ixi del recuerdo: lo íntimo y lo histórico conviven sin resolverse, sin anularse, generando una imagen siempre en estado de emergencia.
La operación pictórica se convierte así en una forma de pensamiento sobre la memoria.
La pintura glitch no representa una falla: es la falla, la encarna, la piensa.
La repetición del trazo, la aparición de líneas verticales derretidas, la invasión lenta del negro sobre el blanco, la insistencia sobre el mismo lienzo, todo ello evidencia un gesto que lucha contra la desaparición y, en esa lucha, se transforma.
Estas obras no muestran un tejido: muestran el esfuerzo por recordarlo.
No presentan una imagen estable: muestran la fragilidad de toda imagen cuando se confronta con el paso del tiempo.
Las pinturas de Carlo Galli pertenecen a ese territorio incierto entre la aparición y su pérdida.
Son imágenes que se sostienen en un borde, como si estuvieran por disolverse ante nuestros ojos.
En ellas, la pintura deja de ser una superficie que retiene memoria para convertirse en un lugar donde la memoria se interrumpe, se rompe, se derrama.
Allí, en esa fractura, surge su potencia.

Francis Naranjo. Artista-curador.